Tengo ganas de hablar de amor, de no perderlo de vista. Pretendo estar atento a esta fuerza invencible hasta el fin. Creo que es el amor el que vence siempre: a la mediocridad, a los miedos, a la rutina; no creo que halla rutina más hermosa y añorada que la que está empapada de amor, de entendimiento, de respeto. Me sensibiliza el amor. Imagino y vivo mi propia historia de amor:
Es de noche. El verano esta terminando y los primeros fríos entran por la ventana abierta. Luz pastel que toca todo y le da otra vida a los objetos. Aire con incienso, música con pausas y reflexión, con almas libres. Felicidad volátil que se respira. Escena que despierta solo pensamientos placenteros, recuerdo de felicidades viejas, tal vez de la niñez, tal vez de todo aquello que nos hizo felices algún día. Dos siluetas vestidas a contraluz que se enfrentan fascinadas. Solo se miran. Cuatro ojos que se hacen el amor, se huelen, se sienten. Dejan que lo obvio llegue con el tiempo. No se tocan. Tienen el deseo que les hierve la sangre. Se sienten dueños del otro, de todo del otro, de toda su humanidad. Eso los excita más que nada; saber que él es de ella. Que ella es de el. La música entra en las mentes de estos dos que se siguen mirando con un deseo que ya se huele en el aire. El quiere entrar en ella, en su mente. Sabe que no hay mejor manera de hacerle el amor que entendiendo su alma. Los ojos de él ven mas allá de las retinas de ella. El puede leerla. Siente que puede: un alma liviana, llena de sueños, necesidad de amar, de que la amen. Afina su mirada, tratando de poner todo de sí en sus ojos enamorados color café. Ella también lo lee: otra alma que necesita ser abrazada por sus brazos delgados. Es increíble lo que sienten estos dos. Pueden sentir caricias desde unos ojos. Paz. Sienten paz. Sienten que el otro no esconde nada cuando mira. Los brazos están relajados. Lentamente empiezan a improvisar miradas llenas de lo que sienten, llenas de amor, de deseo. El lentamente levanta su mano derecha y la apoya en la mejilla de su mujer que deja caer su cara suave y templada. Se sienten. El tacto empieza a ser protagonista. Ella se deja acariciar, porque siente que bajo sus caricias no hay miedos, todo es posible, todo lo malo se transforma en esperanza, los miedos son absorbidos y desintegrados por sus almas. Y las caricias continúan, sus partes más íntimas son tocadas con el calor más ardiente, placentero, el mundo se convierte en un lugar sólo visitado en ese estado, un lugar sólo para amantes del amor, solo para aquellos capaces de no cuestionarse donde han estado, sólo para aquellos capaces de entender que una vez visitado ese lugar ya nada será igual, porque las almas dejan parte de su esencia allí, y necesitan desde ese momento volar hacia ese lugar para siempre, porque cuando no vuelven a hacerlo se debilitan, pierden la energía que las hace invencibles, pierden ese magia que las hace únicas.